17 de octubre de 2016
Mis primeros pasos
A veces uno no se da cuenta que ha vivido una gran aventura hasta que la escribe. Es lo que siento cuando pienso en todo lo experimentado estos días en el Amazonas y durante unos minutos, quisiera que nos conectemos y teletransportaras conmigo al Amazonas brasileño durante unos días, para que vivas in situ lo que yo viví, cálzate unas buenas botas y ponte tu mejor ropa de explorador, es el inicio de una aventura en la selva.
Llegué tarde a Manaos desde Río de Janeiro, sobre las 00:30 horas, no se porque pero estaba en el aeropuerto tiritando de escalofríos, ¿estaba enfermando o serían solamente los nervios del momento?. Cogí mi mochila scout (con frecuencia me acompaña a este tipo de viajes) de la cinta y me dirigí a la salida del aeropuerto. Siempre me ha dado envidia aquella gente que está afuera, esperando alegres la llegada de algún familiar, con sus nombres escritos en cartulinas llenas de colores. En mi caso, esta vez estaría esperándome quién sería mi mejor amigo durante los siguientes seis días, Rambo, un pseudónimo muy peculiar para alguien al que cedes tu vida ante los innumerables peligros de la Amazonia. Recuerdo que la experiencia que tuvo Cecilia en Amazonas fue con un guía llamado Tarzán, no se si esos nombres son marketing social o no, pero prefiero un Rambo o un Tarzán a uno llamado Pitufín o Clavelito, llamadme loco, pero me genera mayor confianza.
No conocía personalmente a Rambo, pero sabía que aspecto tenía, lo vi en un vídeo de youtube portando junto a dos personas más una gigantesca anaconda. Estaba ahí fuera, esperándome con un cartelito de papel y mi nombre en él: Antonio Abellán – Amazona Tours.
¿Adivinas quién es Rambo?
— ¡Hola Antonio! — me dijo Rambo sonriendo pero visiblemente cansado por la hora que era.
— ¡Nunca pensé que diría esto pero…un placer conocerte Rambo! — ambos nos reímos rompiendo así el hielo y nos montamos en un coche donde conducía otro hombre, no llegue a saber quien era, imagino que un simple intermediario, Rambo no podía conducir porque estaba en proceso de renovación del carné de conducir, o al menos eso es lo que me dijo.
Me llevan a un hotel a las afueras de Manaos llamado Farol da Barra y mientras Rambo coge una de mis mochilas me da instrucciones sobre el planning de mañana, bueno mas bien sobre el planning de dentro de unas pocas horas.
— Antonio, mañana pasaré a por ti sobre las 8:30, el desayuno en el hotel es a partir de las 7:00, tienes que prepararte una mochila pequeña con los necesario para seis días, el resto de tus cosas se quedarán a buen recaudo en el hotel hasta tu vuelta. —
— ¡Perfecto! — concluí intentando pensar si tenía alguna duda al respecto de todo lo que pasaría durante estos días.
Esta noche me acosté muy tarde, sobre las 3:30 preparando la mochila, editando el vídeo de mi último día en Río de Janeiro y aprovechando las últimas horas de internet para despedirme de mis seres queridos, comenzaba una semana de desintoxicación telemática y eso, en la época en la que vivimos, es una odisea.
Comienza la aventura
Sonó el despertador a la hora programada, eran las 7:30 y salté de la cama literalmente, en una hora me duché, desayuné y termine de organizar mis cosas, estaba listo para todo, fuese lo que fuese, o eso pensaba yo.
A las 8:25 estaba Rambo en el hall del hotel esperándome con su mujer, la saludo sonriente y ella hace lo mismo tímidamente.
— Antonio, necesito que me des el dinero del tour para ir comprando las cosas que necesitamos. — me dijo Rambo casi al oído, evitando que el resto de la gente del hall pudiese escuchar o entender algo.
— Claro, toma, aquí está todo. — le di en mano un sobre con 600€, lo acordado desde España con la empresa Amazona Tours (el dinero se lo di en € para no perder más dinero con el cambio y creo que a ellos también les favorecería).
Entramos en una pick up, las mochilas de ambos las dejamos en la parte descubierta de atrás y pusimos rumbo a un mercado de Manaos para comprar material de pesca, comida y gasolina.
— Antonio, ¿te gusta todo? ¿eres alérgico a algo? — me preguntó Rambo.
— Me lo como todo, no tengo problemas. — le dije rezando que en el menú no hubiese marisco.
Nuestro chofer del momento se llama Eduardo, trabaja de guía turístico para la empresa La Posada, es natural de Colombia y afincado en Brasil desde hace 32 años. Recogemos a una chica menuda, rubia, complexión delgada, aparentaba tener unos 40 años, más tarde descubrí que esta brasileña de Curitiba se llamaba María Teresa se dedicaba a la odontología y a su vez a la abogacía, especializada en casos de odontología, que mejor que una profesional en su campo para defender este tipo de casos.
Nosotros dos formaríamos parte de la expedición amazónica durante el día de hoy. En el trayecto en coche, Eduardo nos daba información sobre Manaos.
— Señores, estáis cruzando por una ciudad especial, Manaos es la capital del Amazonas en Brasil, es una zona franca, declarada libre de impuestos, ya que el gobierno nos facilitó este sistema de ingresos debido a que económicamente no estamos pasando por nuestro mejor momento. Cabe recordar que Manaos fue durante la época de la fiebre del caucho, entre 1.879 y 1.912, una referencia mundial, considerada una de las ciudades más ricas del mundo, a la altura de ciudades como New York y París. Pero Manaos entró en declive cuando un señor británico llamado Henry Wickham robó 70.000 semillas del árbol del caucho, cuya salida de Brasil estaba penada por la ley, para llevarlas desde Londres a Malasia e Indonesia, lugares tropicales con un clima muy parecido donde no existían los peligros que provocaron la muerte de miles de personas en el Amazonas. —
Encuentro de las aguas
Nos dirigimos al Encuentro de las aguas, un fenómenos fluvial extraordinario, único en el mundo, donde los ríos Negro y Solimôes (conocido así el río Amazonas en la región brasileña) se unen entre sí separando sus aguas debido a varios factores, uno de ellos es la temperatura, el río Negro es más caliente, tiene menos corriente y muchos más minerales que el Solimôes, formando una imagen parecida a la de un vaso de aceite y agua.
La imagen que forma el río es increíble, te das cuenta que el mundo esta lleno de lugares espectaculares que te dejan con la boca abierta. Quise probar el cambio de temperatura y mientras el bote avanzaba por el río Negro metí la mano, el agua estaba caliente, me recordaba al caldo de agua que nos deja el Mar Menor de mi Murcia, pero al llegar a las aguas del río Amazonas el agua cambia radicalmente de temperatura.
La Posada
Eduardo nos conduce hacia el otro extremo del río Negro a través de un largo puente y al iniciar el recorrido nos encontramos un control de documentación por la Policía de Tránsito. En este momento, Eduardo baja todas las ventanillas (todos los cristales del coche eran tintados) para que se nos vea bien mientras nos dice:
— ¡Señores, pónganse todos el cinturón de seguridad! —
En ese mismo momento, los dos nos pusimos el cinturón de seguridad, pero yo fui mas rápido que Maria Teresa y el policía vio como se lo ponía mientras su ventanilla bajaba.
— Señora, no se ponga el cinturón de seguridad cuando me vea, eso debe hacerlo al principio. — le dijo el policía mientras alzaba los brazos.
— ¡Disculpe! — contestó María Teresa.
— Venga, sigan la marcha. — dijo el policía. Empatice con él mentalmente al instante.
Nos desviamos por un camino de tierra hasta llegar a una orilla donde nos esperaría Flavio, nuestro segundo guía y el conductor de una rabeta (es el sistema motor de estos botes, su vástago mide metro y medio para poder sacar las hélices del río con facilidad) de unos 7 metros de eslora y 4 travesaños como bancos. Cargamos nuestras pertenencias, todo el material encargado y nos pusimos en marcha río arriba atravesando el río Negro. La humedad comenzaba a pasarnos factura, con porcentajes que superaban el 80% y un sol abrasador que me recordó la gorra y el protector solar que no traje a la aventura.
Nos acercamos a la orilla en menos de 30 minutos y a 50 metros de esta se avista un gran salón comedor y una hilera de habitaciones con nombres de la zona: habitación anaconda, piraña, bôto (delfín rosado), etc. La Posada estaba vacía, el bar lleno de alcohol y al lado una piscina llena de agua fluvial, que estaba ardiendo, a temperatura ambiente, pero eso no fue obstáculo para que me diera un baño, mi primer baño piscinero en Brasil y no precisé toalla, me sequé conforme iba saliendo por las escaleras.
Llegó la hora de comer y el duo Rambo – Flavio cocinó pollo a la brasa, arroz, zumo de mango y agua del tiempo en abundancia. Mientras tanto, mi relación con María Teresa estaba siendo muy buena, con un humor negro y ácido muy característico que me hacía reír con facilidad, apasionada del fútbol, los viajes y maratoniana a sus 54 años.
Flavio, mi murciano guía amazónico
Cuando el universo te hace encontrarte con un brasileño de 34 años, nacido en río Negro, criado en la Amazonia y te pregunta:
— ¿De dónde eres? —
— Soy español. —
— ¿Ah si? ¿de Murcia? —
— ¿Cómo? ¿conoces Murcia? — me quedé flipando un buen rato.
— ¡Claro que si!, estuve en dos ocasiones, tuve una novia durante más de dos años de Barcelona. — me dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Acto seguido, saqué mi Xiaomi Yi II y comencé a grabar el momento que estaba viviendo, me invadió un sentimiento de añoranza hacia mi huerta murciana.
Fui a mi habitación, tenía dos camas que nunca utilicé y baño propio, coloque la escasa ropa que llevaba en un armario y en unos minutos aparecieron de nuevo Rambo y Flavio:
— En una hora partimos hacia la floresta, vamos a hacer una travesía de unos 20 minutos y nos adentraremos en ella hasta un campamento que tengo preparado, tienes que cogerte ropa para esta noche y para mañana, preferiblemente manga larga y pantalón largo, ¡ah!, por la noche suele hacer frío. — nos dijo Flavio.
— ¿Frío en el Amazonas? — repliqué incrédulo.
— Te sorprenderías, han venido aquí noruegos y suecos que han estado pidiendo mantas para abrigarse de la noche amazónica. — contestó Rambo.
— Nosotros os daremos una red (hamaca), mosquitera nueva y una manta para echar en la mochila. — dijo Flavio.
— Mientras, yo prepararé todo para nuestra aventura personal en la floresta al día siguiente. — concluyó Rambo mientras yo asentía y asimilaba toda la información.
En una hora estaba en la rabeta de nuevo junto a Flavio y María Teresa, navegando por el río Negro y con el ensordecedor ruido del motor como banda sonora del momento. Pasamos por una pequeña aldea de casas donde en la orilla se lucía un mástil con una bandera blanca ondeando, Flavio nos comunicó que en esta aldea vive una tribu indígena civilizada, fuera de la Reserva Indígena de Brasil y que la bandera blanca indica que están en son de paz, pero cuando ves la roja, es mejor no acercarse.
Nos acercamos a la orilla del río por el margen derecho, desembarcamos, cargamos nuestras mochilas más los enseres de cocina y una garrafa de agua y nos adentramos poco a poco en la selva, conforme vas avanzando la selva se encierra en si misma y su frondosidad te va casi bloqueando el paso, no existía un camino real y muchos árboles nacían de sus troncos una finas espinas que te hacían sentir ante tal estrecho paso. Flavio habría camino con su machete cortando ramas y eliminando telarañas al paso y detrás le seguía María Teresa, ambos no miden más de 1, 60 cm y todas las telarañas que superaban esa altura iban a parar a mi cara, así que estuve todo el camino quitándome telarañas a mi paso hasta que en una ocasión frené en seco.
— ¡Flavio!, mira que araña, tiene pinta de ser jodía esta. — la tenía a medio metro de mi cara.
— ¡Antonio!, esa es una araña bananera, es muy venenosa, la más venenosa, no la toques. — me dijo mientras se dió la vuelta y siguió andando. Yo no tenía la más mínima intención de tocarla, sobre todo después de haber investigado y saber que efectivamente, la araña bananera está considerada como la más venenosa del mundo, bastan 0,006 miligramos de su veneno para matar a un ratón y resulta que aparte de su inmenso dolor, su picadura produce un efecto muy especial en el miembro viril, ya que produce una erección que puede durar hasta horas, de ahí su nombre, araña bananera. ¡Vaya!, no llevaba ni 12 horas en el Amazonas y ya estaba a punto de liarla.
Llegamos al campamento base de Flavio, formado por unos troncos que hacían su función de mástiles para pasar una rafia y colocar de esa manera las redes, una mesa hecha con palos de caña, un banco de madera y una fogata en descomposición de la última vez que se usó.
Serían las 17:30 horas, pusimos la rafia entre Flavio y yo, el sol apenas se veía, estaba anocheciendo y empezamos a escuchar un estruendo en forma de tormenta tropical, en unos minutos comenzó a llover progresivamente y fue sorprendente escuchar el agua caer desde el cielo pero no sentir que te estás mojando, es tanta la frondosidad en algunas partes de la selva que hay lugares en los que tarda un tiempo en tocar el agua la tierra. Aprovechando la lluvia, los tres colocamos nuestras redes, Flavio anudó bien las hamacas y cada uno colocó su mosquitera, esencial para pasar la noche protegido de todos los chupópteros de la noche.
Estábamos en época seca (abril y octubre), por lo que las lluvias duraban poco tiempo, Flavio nos comentaba que en temporada de lluvia (noviembre y mayo), una tormenta podía durar entre 5 y 7 horas, subiendo el cauce del río entre 10 y 18 metros.
— Antonio, acompáñame a coger leña. — me dijo Flavio.
— ¡Vamos! — dispuesto a lo que haga falta estaba, mientras, María Teresa se quedaba en el campamento. Durante la busquedad de madera para el fuego, me brotó la curiosidad.
— ¡Flavio! ¿ cúal ha sido el momento que más miedo has pasado en la selva? —
— Pues cuando me persiguió un jaguar durante dos kilómetros, iba de camino a la rabeta y me encontré con uno, tuve que correr mucho para llegar al bote antes que él. — me dijo mientras seguía caminando. Yo no se si sería verdad o mentira pero me quedé pensativo mirando a mi alrededor durante un buen rato.
Flavio cogía troncos finos y largos que encontraba a su paso y con su machete los cortaba en pedazos, estaban mojados pero por dentro estaban secos, arderían sin problemas. Quise probar a cortar un tronco como mi guía, me prestó el machete con la condición de que no me rebanase una pierna e intenté imitarlo cortando un tronco, le di dos machetazos y el tronco se partió en tres pedazos sin haber clavado el machete ni una sola vez, Flavio se rió a carcajadas a mi costa.
— El tronco se ha partido por traumatismo más bien Flavio. — le dije riéndome de mi destreza al machete.
Recogimos todos los trozos de leche colocándolos uno tras uno en el hombro derecho y volvimos al campamento, allí estaría María Teresa esperándonos sentada en un banco al ras del suelo.
— Mírate Antonio, pareces un guía también. — me dijo sonriendo.
— María Teresa, no te lo he querido decir antes, pero en verdad estoy en un periodo de prácticas y tengo que dar ejemplo para conseguir el empleo. — le dije intentando ser lo más serio posible. Naturalmente, no se lo creyó, no sobreviviría ni 12 horas sólo en este lugar.
A partir de este momento, empezó el taller de manualidades de Flavio, con un trozo de palmera hizo tres cucharas perfectas, robustas y cóncavas para su uso, platos con hojas de plátano, doblándolas formando un cucurucho y unidos entre sí por dos afilados trozos de palmera. Comenzó a llover a cántaros de nuevo y tuvimos que meternos de nuevo en nuestras hamacas, la rafia se llenaba de pozas y me dedique a achicar el agua que se quedaba en ella hasta que cesó la lluvia y Flavio comenzó a hacer el fuego, a pesar de estar los troncos mojados consiguió hacerlo rápidamente, sacó un pollo que tenía guardado en una bolsa y lo clavó en un palo afilado que dejó brasear al fuego.
Hacía años que no me quedaba atontado mirando un fuego, desde mi etapa scout diría yo, creo que este momento fue uno de esos pocos en los que conectas contigo mismo y eres consciente de todo lo que estás viviendo. El pollo se estaba cocinando al estilo amazónico, la olla de arroz hervía y nosotros tres sentados en el banco embobados al son de las llamas hablando de cualquier tema que surgiese, tres desconocidos conectados en mi primera noche en el Amazonas y eso me hacía sentir muy feliz.
La cena estaba servida, Flavio troceó el pollo en la mesa hecha de cañas de palmera, llenamos nuestros cucuruchos de arroz y puedo decir que fue un espectáculo el sabor que tenía ese pollo. María Teresa tenía curiosidad por algo.
— Flavio, ¿hay yacarés por aquí? — preguntó por la existencia de caimanes por la zona, los dos esperamos expectantes la respuesta.
— Los yacarés son de agua pero a veces, cuando el nivel del agua baja, cambian de zona y puedes verlos en tierra, pero es muy raro. – le dio un mordisco a un trozo de pollo y siguió hablando. – En mi comunidad, más de 10 personas han muerto por yacarés, mi tío perdió un brazo por un yacaré. — siguió mordisqueando el pollo Flavio.
— ¿Pero como fue? — le pregunté ansioso por saber.
— Mi tío tenía unas tierras dentro de la selva que vendió a buen precio a un señor para que tuviese sus vacas. Este señor no conocía bien el terreno y cuando los niveles del agua subieron, su ganado peligró. Así que llamó a mi tío para que le solucionara el problema. Cuando mi tío llegó a la finca, se encontró con un roedor que suele comerse el ganado y lo estuvo persiguiendo con su machete con tanta mala fortuna que cayó al río y un caimán le mordió el brazo derecho, el yacaré intentó hasta en tres ocasiones llevárselo a las profundidades del río pero no lo consiguió, seccionó el brazo y hoy en día está vivo para contarlo.
Una bonita historia antes de pasar mi primera noche en el Amazonas, gracias Flavio.
Si quieres ver el vídeo resumen de este día sólo tienes que darle al ¡play!…
Y si te ha gustado la historia no pierdas el hilo y continúa leyendo el siguiente capítulo:
“La vida en la selva con Rambo”
Este es mi cuaderno de bitácora y experiencias, un espacio de aventuras por los rincones del mundo donde encontrarás anécdotas y curiosidades de mis viajes, así como consejos y sugerencias de cada una de ellos.