19 de octubre de 2016
El día de la anaconda
Me desvelé sobre las 6:30 de la mañana, no podía dormir y faltaba una hora para el desayuno, así que aproveché para actualizar el diario que ahora estáis leyendo y darme una ducha, mi cuarto de baño era a su ducha, por lo que podías ducharte y hacer tus cosas a la vez. ¡No, no lo hice!. Las dos niñas estaban despiertas al llegar al salón – comedor, que al verme sonrieron y me dieron tareas que hacer mientras se preparaba el desayuno, colorear unos dibujos pre diseñados en una libreta con lápices de colores. Por un momento me tele transporté a mi casa en Murcia e imaginé que estaba con mi sobrina de 2 años jugando, me dieron ganas de abrazarla pero no lo hice, creo que esa niña nativa de río Negro quizás no lo hubiese entendido.
Desayuno continental: huevos fritos, tortitas, pan, margarina, café y leche, pura energía para todo el día. Rambo estaba en frente mía:
— ¿Qué tal has dormido Rambo? —
— No muy bien — me dijo mientras se desperezaba. — llevo desde las 4:00 despierto, un puerco espín entró al salón y me despertó, lo sorprendí comiéndose nuestras bananas. — ¡Sí! Rambo fue sigilosamente derrotado por un puerco espín y nos quedamos sin bananas para el resto de los días, todo héroe tiene su mal día o mala noche.
— Vamos a pescar piraña para hacer sopa de piraña, es la viagra amazónica. — me dijo Rambo.
— ¿En serio? —
— Si, si, es cierto, viagra. — dijo Dorian alzando el puño como gesto de virilidad, que estaba en una esquina sentado.
— ¿Tú tomas? — le pregunté a Dorian.
— ¡No, yo no! — dijo riéndose. Todos reímos al unísono, qué fácil es llevarse bien entre hombres de cualquier parte del mundo y cultura si el tema trata de sexo: conexión brutal.
— ¡Nos vamos Antonio! –me dijo Rambo mientras se levantaba de la mesa.
— ¡Ok!, ¿me llevo llevo la mochila? ¿vamos a pasar la noche aquí de nuevo? — me gusta que me sorprendan pero en esta ocasión quería saber cual era el plan.
— Puedes dejarla, volveremos más tarde para pasar la noche aquí. — Al final boté por dejar la mochila, acción que más tarde arrepentiría. Cogí sendas cámaras, mi teléfono y la todo terreno Xiaomi, mi repelente para mosquitos y la misma ropa de ayer, mi vestuario era muy limitado.
Rambo tenía fe en el proyecto audiovisual que estaba haciendo, creía firmemente que de esta manera, Amazonas sería más cercana para mucha gente y promocionaría sus tours, por ello mi aventura estaba siendo muy intensa, además de mis ganas locas de vivir esta experiencia. Puedo decir que valió la pena el precio a pagar por esta vivencia.
Dejamos atrás el río Negro en la canoa para adentrarnos en el mismísimo Amazonas, conocido en Brasil como Solimôes.
— Me gusta que el turista vea los dos ecosistemas: río Negro y río Solimôes. — me dijo Rambo al mando de la rabeta.
Durante la travesía nos encontramos con multitud de especies que pude catalogar en mayor parte: martín pescador (king fisher), garzas, águilas, buitres, colmoranes y hasta varios jacarés (caimanes) tomando el sol, pero cuando nos acercábamos se escondían en bajo el agua del río.
Rambo se dirige a la orilla izquierda del río, él siempre actuaba sin avisar, por sorpresa, yo me limitaba a sorprenderme y eso me gustaba, la incertidumbre del no saber que encontrarme ni esperar. Saca de una bolsa un buen número de bananas y sale de la canoa, yo detrás de él. Partió a trozos con su cuchillo una de las bananas y acto seguido comenzaron a bajar de los árboles una decena de micos, eran pequeños, de cola larga, con una pelaje anaranjado y sus facciones son curiosas ya que parece que lleva un casco de soldado puesto o un antifaz de super héroe, son conocidos como: monos fraile, monos soldado o micos ardilla.
Rambo les dio de comer a cada uno un trozo de banana, se volvieron locos, excitados y exaltados por el almuerzo, entre ellos se peleaban y emitían unos ruidos muy graciosos que me animaron a imitar a mi guía:
— ¡Déjame probar Rambo! —
— ¡Toma! — me decía mientras me cortaba una banana y me la entregaba. — pero cógelo bien que te lo intentarán quitar de las manos. —
Tenía el poder en mis manos, bien sujeto, me sentí como el flautista de Hamelín y en cuestión de décimas de segundo tenía 3 o 4 micos en mis manos, dos de ellos se agarraron a mi mano y terminaron con la dosis de potasio en segundos, pensé que le pegarían un bocado a mi dedo pero lo respetaron solemnemente.
Volvimos a la senda del río, el nivel del agua estaba muy bajo, me parecía increíble que el nivel del agua pudiese subir y bajar entre 8 y 10 metros durante la época de lluvias, se veían enormes árboles caídos por pasadas tormentas enseñando sus cientos de raíces a la vista.
— La floresta es muy sabia y a la vez peligrosa, mira esos árboles, son grandes y fuertes y están podridos en el río. La floresta es peligrosa y no puedes entrar a ella con un guía inexperto, la floresta es sabia por que te avisa, cuando se acerca tormenta primero te aviso con trueno y en ese momento te dice: ¡sal, sal, sal!, para entrar en la floresta debes de ir con los guías más experimentados: ¡Flavio y Rambo! — concluyó riéndose muy orgulloso.
Rambo era conocido por donde pasaba, casi todos los pescadores de la zona lo saludaban, algunos se paraban con sus canoas a charlar con él unos minutos y seguían su marcha. Los pescadores iban con sus redes preparados para pasar el día de pesca, en una ocasión vimos a uno de ellos de pie, en su bote guardando el equilibrio por la embestidas que, sea lo que fuere que había entrado en sus redes , estaba propinando al casco de la canoa que lo movía de lado a lado. Rambo dio la vuelta para asegurarse que no correría peligro alguno el pescador y justo en ese momento vimos lo que estaba casi atrapado, un pez raya de agua dulce, tienen un aguijón caudal venenoso, el que los torna entre los peces de agua dulce más temidos en la región, a veces son más temidas que las pirañas y la anguila eléctrica. Por fortuna para el pez, consiguió escapar de las redes y por fortuna para el pescador, no cayó al agua.
Otros pescadores se encontraban cerca de la orilla de la misma manera, de pie en la rabeta, adelantando uno de sus pies en el travesaño de proa y alzando una lanza de punta de tridente esperando el momento de su presa, estos hombres se pasaban todo el día solos en busca de su caza, al menos, estos tenían su canoa y la posibilidad de marcharse cuando quisieran, otros, estaban en la orilla sin medio de transporte, con su lanza en mano y esperando a ser recogidos al concluir la faena.
— Te voy a enseñar un árbol muy especial. — me dijo Rambo encarando la canoa a la orilla, donde se encontraba una escalera para subir la ladera que llegaba a una gran casa de madera.
— ¿Qué tipo de árbol? — le pregunté sin mucha ilusión, no soy muy amante de la botánica, desgraciada ignorancia.
— Es un árbol milenario, su copa está a unos 70 metros de altura y para abrazar su tronco se necesitan por lo menos 18 personas. — me informó Rambo a la vez que andábamos por un sendero.
Esta bestialidad de la naturaleza se encontraba cerca de la orilla, a escasos 150 metros de la rabeta y a unos 100 de la casa que según Rambo, era de su primo. Fue fácil identificar el enorme y descomunal tronco, era inmenso, este tipo de árbol se encuentra por todo el Amazonas y se llama samauma, es un árbol muy querido por los indígenas, ya que debido a su envergadura y historia, esta considerado como un árbol sagrado y suele ser denominado por ello, “el espíritu de la madre selva”.
Fue bonito ver como por una de las laderas del tronco, una hilera de hormigas se organizaban portando trozos de hojas y ramas hacia la copa del árbol, preparándose para la crecida del río en cuestión de meses, me pareció un trabajo en equipo sublima, ¡la naturaleza es sabia.
En ese mismo momento comencé a tener unos sudores fríos que se apoderaba de mí, una sensación de abandono intestinal, un proceso digestivo a toda velocidad que estaba a punto de hacerme partícipe de una de las vivencias más naturales en mi estadía en Amazonas.
— ¡Rambo!, ¿tú primo está en la casa? — le pregunté a Rambo mientras me tocaba el estómago medio pálido.
— ¿Te estás cagando? — me contestó nada mas mirarme, ¿cómo me vería? — no hay nadie ahora mismo en casa, ¿puedes aguantar un minuto? —
— ¡Creo que no! — le dije mientras miraba a todos lados en busquedad de un lugar seguro para librarme del mal. En un instante, Rambo salió del camino, sacó su machete y limpió con la punta de la hoja un trozo de tierra apartando hojas y ramas:
— Utiliza ese árbol para apoyarte, he limpiado el suelo y es lugar seguro, voy a por el papel higiénico a la canoa. — me dijo Rambo mientras se iba corriendo hacia el río.
Pensé que podría ser el café de la mañana, quizás en algún momento bebí agua que no estaba embotellada o algún alimento que no estaba en buen estado, pero creo que fue el malarone, las pastillas para la malaria, me dejaban el estómago como una lavadora en plena acción.
Seguimos la expedición por río Amazonas y, una vez con el estómago limpio, paramos para almorzar. Rambo sacó una bolsa con varios churrascos envasados, mandiocas y mangos. En este momento descubrí al Rambo superviviente, en menos de 10 minutos ya había cogido las ramas suficientes para hacer un fuego y trinchar los churrascos al fuego amazónico. Este fue el momento en el que decidí hacerle la entrevista a Rambo, mientras se hacían los churrascos, me di cuenta que había un tronco a medio metro de la tierra que podía hacer la vez de banco, puse la cámara a grabar a un metro del tronco y le propuse a Rambo que se sentase a un lado, cuando vi que estaba dentro del objetivo de la cámara, pulse rec y me senté con él, un segundo después el tronco cedió y soltó un chasquido que nos hizo caer a la tierra, los dos rompimos a reír y estuvimos viendo la grabación durante todo el día recordando el buen momento. Decidí meterlo dentro del vídeo de la entrevista, que por cierto, si todavía no la has visto, te la dejo más abajo.
Fue el churrasco más auténtico y salvaje que he probado en mi vida, los dos estábamos de pie disfrutando de nuestro almuerzo y yo, me dejé más preguntas en el tintero:
— Rambo, ¿tienes pensado en jubilarte pronto? —
— ¡Sí!, pero primero quiero tener 3 guías conmigo, experimentados, para pasar yo a la gestión administrativa, de momento solo tengo a Flavio y a mi sobrino, que con 16 años va a estudiar turismo. —
— ¿Es difícil encontrar guías experimentados en el Amazonas? —
— No mucho, el problema es la cachaça, muchos indígenas cuando la pruebas se convierten en borrachos, abren botellas de cachaça con los turistas y luego beben más que ellos, yo no quiero borrachos entre mis turistas. —
— ¿Tus hijos no quieren ser guías? — continué el interrogatorio.
— Mis hijos no, pero mis nietos si, uno de ellos me coge el machete y se abre paso por la selva el sólo. — me contaba Rambo mientras imitaba a su nieto dando machetazos a una imaginaria maleza.
Después de almorzar el churrasco, dimos paso a los frescos mangos y recogimos todo, bajamos hasta la orilla cuando Rambo se hizo daño en uno de sus pies descalzos, algo extraño en él ya que pensé que tenía la planta del pie a prueba de bombas. Miró a la tierra, se agacho y cogió algo plateado:
— ¡50 cruzeiros! ¡qué buena suerte, yo colecciono monedas y esta es de 1.983, cuando en Brasil estaba el cruzeiro, luego fue cambiando de moneda hasta en cuatro ocasiones para llegar al actual real. –me dijo mientras me la enseñaba.
— Eso es que vamos a tener buena fortuna estos días Rambo. — y que cierto era, ya me sentía afortunado y todavía no sabía lo que me esperaba por ver hoy.
Descendimos río abajo y volvimos a río Negro, volvimos a acercarnos a la orilla, esta vez Rambo me contaba que aquí iba a encontrarse con un amigo que quería saludar y que a su vez, había una tienda de souvenirs típicos de la zona por si quería comprar algo. En ese momento pensé lo poco que me gusta los tratados comerciales que se llevan entre guías y puestos de souvenirs, pero que demonios, me dejé llevar y compré unos souvenirs aprovechando el momento.
— Rambo, ¿me prestas dinero que me lo dejé todo en Manaos? — necesitaba unos 150 reales, que serían al cambio unos 35€.
— ¡Si! —
— ¡Gracias, en Manaos te lo devuelvo! —
Rambo quiso enseñarme las instalaciones que tenía su amigo, mientras me contaba que estaba haciendo varias habitaciones aquí también para los turistas.
— Mira Antonio, por ahí viene mi amigo justo en frente tuya, ve a saludarlo. — me dijo Rambo a la vez que venía un chico de mediana estatura, con una camiseta blanca sin mangas y medio sonriendo que presumí sería el dueño de todo esto, fui a acercarme a saludarlo cuando a escasos metros de llegar a conseguirlo, me quedé atónito, tenía a dos metros de mí una serpiente enorme, mediría unos 4 o 5 metros de largo y estaba lentamente serpenteando hacia mi, no me lo podía creer, ¿era justo lo que yo pensaba que era?
— ¡No me jodas! ¿es lo que yo creo que es? — le pregunté a Rambo excitado al 100%.
— Si Antonio, es una anaconda. — me dijo sonriendo.
— ¡No me jodas! — me puse las manos en la cabeza.
El chico que finalmente la anaconda no nos dejó presentarnos formalmente cogió a la anaconda y me la acercó, comencé a tocarla y tenía una piel muy suave a la vez que áspero.
— ¿La puedo coger yo? — pregunté sin confianza.
— Si, pero debes de llevar cuidado, coge bien firme la cabeza o sino te mordera. —
— ¡Vale! — las instrucciones parecían sencillas. Cogí la cabeza por su delgado cuello y su dueño la soltó, ya la tenía, o ella a mi, no lo tenía claro, se enrollaba por mi cuello y mi brazo derecho, noté en breve los músculos de sus anillos, cada metro de anaconda equivale a la fuerza de un hombre adulto, tenía en mi poder a un animal que podía estrujarme con la potencia de 4 o 5 hombres, yo mantenía la cabeza sujeta y sentía como me tiraba hacia atrás, tuve que emplearme para mantener durante esos segundos de tensión a la criatura controlada.
En ese momento me acordé de mi padre, le encantan los documentales de La 2 donde se ven esta clase de bichos en su hábitat y entiendo que prefiera verlo desde la pequeña pantalla, como mucha gente pensará, ¿que necesidad hay de ponerse en peligro?, bueno un relativo peligro, ya que contaba con dos personas a mi lado para superar cualquier contratiempo.
La dejamos en el suelo y serpenteó huyendo de la paparazi escena. Resulta que este ejemplar estaba en modo recuperación en el campo del amigo de Rambo e iba a liberarla en unos días, estaba saciada ya, una presa considerable puede proporcionarle alimento para unos 20 días, fue una suerte poder disfrutar de ella durante unos minutos.
Nos despedimos y nos fuimos de vuelta a Rambo Camping, pero por el camino tuvimos tiempo de parar a tomarnos algo fresco, paramos en una casa flotante que hacía de tienda de alimentación y recambios, allí había un solitario vendedor que estaba todo el santo día ahí metido, solo los botes o cruceros que se dirigían o venían de Manaos pasaban por allí, además de los pocos lugareños de la zona. Fui a orinar a la parte de atrás de la casa de madera flotante y por poco me caigo al río del susto, unos ladridos por el lateral me sobresaltaron, dos filas brasileños que eran igual de altos que yo, se apoyaron en una puerta de madera y yo recé por que la puerta esa no se abriese.
— ¿Has visto que perros Rambo? — le pregunté a Rambo.
— Si, no te acerques a ellos, son peligrosos. — me dijo muy seriamente.
— Ya lo se Rambo, pero están bien encerrados, ¿quieres verlos? — le pregunté haciendo amago de volver hacia ellos.
— ¡No, no! — insistió con una cara que no había visto antes.
— ¡Vaya, vaya!, creo que he encontrado tu punto débil Rambo. — los dos nos reímos.
Terminamos una botella de guaraná y una bolsa de galletas sentados en unos taburetes de madera junto al mostrador del local, era lo más parecido a un bar en kilómetros a la redonda.
Estaba anocheciendo y justo en el ocaso del día es cuando más disfruto del paisaje, desaparece la humedad y el abrasador sol del día, la suave brisa te relaja, el río está en calma y aparecen unos colores que me fortalecen al verlos.
— Vamos a cenar piraña, amigo Antonio. — me dijo Rambo mientras llegábamos al campamento. Dentro había visita, una veintena de sexagenarios turistas estaban sentados en cuadro mientras Dorian les explicaba como es el proceso de la farofa de mandioca.
La cena estaba servida, una gran olla estaba llena de piraña cocida y quise probarla cuanto antes, su aspecto es como imaginaba, feroz, sus afilados dientes parecen intactos y daba la sensación de que en cualquier momento renaciese. La piraña es muy espinosa, tiene poca moya que comer, pero su sabor es bueno y su sopa, bueno ya os lo escribí al principio del día, es la viagra del Amazonas.
Si quieres ver el vídeo resumen de este día sólo tienes que darle al ¡play!
Y si te ha gustado la historia no pierdas el hilo y continúa leyendo el siguiente capítulo:
“Los delfines rosados de agua dulce”
Este es mi cuaderno de bitácora y experiencias, un espacio de aventuras por los rincones del mundo donde encontrarás anécdotas y curiosidades de mis viajes, así como consejos y sugerencias de cada una de ellos.